Cantando me eh de morir, cantando me han de enterrar, cantando me eh de ir al cielo o al infierno quizas

Seguidores

jueves, 17 de enero de 2013

el error de las causas imaginarias


El error de las causas imaginarias
Tomemos el sueño como punto de partida: a una determinada sensación, producida, por ejemplo, por un cañonazo disparado a lo lejos, se le imputa retrospectivamente una causa (con frecuencia, toda una pequeña novela cuyo protagonista es, naturalmente, la persona que esta soñando). Entre tanto, la sensación perdura en una especie de resonancia: espera, por así decirlo, que el instinto de causalidad le permita pasar a primer plano, ahora ya no como algo que se ha producido por azar, sino como algo que tiene un “sentido”. El cañonazo se presenta entonces de un modo causal, en una aparente inversión del tiempo. Lo posterior, la motivación se vive antes a menudo adornada a menudo por cien detalles que transcurren de una forma fulminante, mientras que el estampido es algo que sucede después..
¿Qué ha sucedido? Que las representaciones que fueron generadas por una determinada situación son erróneamente concebidas como su causa.
Lo mismo hacemos, efectivamente, cuando estamos despiertos. La mayoría de nuestros sentidos generales –todo tipo de obstáculo, opresión, de tensión y de explotación de juego y de contra juego de los órganos, especialmente el estado del nervio simpático – excitan nuestro instinto de causalidad: queremos disponer de una razón que nos explique por qué nos encontramos de este y de aquel modo, por qué nos sentimos bien o mal. Nunca nos basta con dar por sentado el hecho de que nos encontramos de este y de aquel modo: no aceptamos este hecho, no tomamos conciencia  de él hasta que no le hemos asignado un tipo de motivación.
La memoria, en que tales casos actúa sin que tengamos conciencia de ello, rememora estados anteriores de la misma especie, junto con las interpretaciones causales que van vinculadas a ellos, pero no su causalidad. Por supuesto que la creencia de que las representaciones, los procesos conscientes concomitantes han sido las causas es también rememorada por la memoria. Se produce de este modo a una habituación  a una interpretación casual determinada, que en realidad obstaculiza que se averigüe la causa y que incluso lo impide.
Explicación psicológica de lo anterior. Reducir algo que nos es desconocido a algo que conocemos alivia, tranquiliza y produce satisfacción, suministrando además una sensación de poder.  Lo desconocido implica peligro, inquietud, preocupación; el primero de nuestros instintos acude a eliminar  a esos estados de ánimo dolorosos. Primer principio: es preferible contar con una explicación cualquiera que no tener ninguna. Como en el fondo sólo se trata de querer liberarse de representaciones opresivas, no s es nada riguroso a la hora de recurrir a los medios para conseguirlo. La primera representación que nos permite reconocer que lo desconocido nos es conocido produce tanto bienestar que la consideramos verdadera al punto. Prueba del placer (“de la fuerza”) como criterio de verdad.
De este modo, el instinto de causalidad está condicionado y es excitado por el sentimiento de miedo. La pregunta relativa a la causa no debe dar como respuesta, en la medida de lo posible, una causa cualquiera, sino un determinado tipo de causa.  Una causa que tranquilice, que libere y que alivie. La primera consecuencia de esta necesidad es que determinamos que la causa es algo que ya conocemos, que ya hemos vivido, que se encuentra grabado en nuestra memoria. Queda excluido como causa lo nuevo, lo no vivido, lo extraño. En consecuencia lo que buscamos como causa no es sólo un tipo de explicación, sino un tipo escogido y privilegiado de explicitación: la que de un modo mas rápido y frecuente elimine el sentimiento que produce lo extraño, lo nuevo, lo no vivido, es decir, las explicaciones mas habituales.
La consecuencia es que cada vez va adquiriendo una mayor preponderancia una forma de determinación  de causas, ya se va concretando en un sistema y que finaliza destacándose como dominante, es decir, que acaba excluyendo sin  mas otras causas y otras explicaciones. El banquero piensa inmediatamente en el “negocio”, el cristiano en el “pecado”, y la muchacha en el amor.




Fragmento de EL OCASO DE LOS ÍDOLOS – Friedrich Nietzsche