-Me gusta ser su ayudante, aunque usted sea de la manera que es- dijo finalmente.
La muchacha me miraba como si su vida dependiese de una palabra amable. Sucumbí a la tentación. Las buenas palabras son bondades vanas que no exigen sacrificio alguno y se agradecen más que las bondades de hecho.
-A mí también me gusta que seas mi ayudante, Isabella, aunque sea como soy. Y me gustará más cuando ya no haga falta que seas mi ayudante y no tengas nada que aprender de mí.
-¿Cree usted que tengo posibilidades?
-No tengo ninguna duda. En diez años tú serás la maestra y yo el aprendiz- dije, repitiendo aquellas palabras que aún me sonaban a traición.
-Mentiroso- dijo besándome dulcemente en la mejilla para, a continuación, salir corriendo escaleras abajo.
Fragmento de El juego del angel - Carlos Ruiz Zafón
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